Desde los años ochenta del siglo XX estamos asistiendo a una revolución sin precedentes en la gestión y en los medios de acceso al conocimiento. Este fenómeno es comparable o superior al impacto causado por la aparición de la imprenta, o incluso de la propia escritura en tiempos más remotos. La llamada sociedad del conocimiento se asienta principalmente en la aparición del internet como elemento global que permite un acceso igualitario a los contenidos y a la participación en la creación de estos a través del desarrollo de las nuevas tecnologías.

Esta realidad generalmente aceptada en la sociedad ha tenido como una de sus consecuencias más directas y significativas la creación de un nuevo entorno educativo basado en el fácil acceso al conocimiento a través del empleo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC). Por primera vez en la historia podríamos decir que elalumno y el profesor se encuentran en igualdad de condiciones tanto en el acceso a su particular “biblioteca” como en la posibilidad de creación de contenidos en diferentes soportes.

Sin embargo, la nueva situación lleva a plantear también nuevos desafíos para al alumnado y para el docente. Por un lado, los alumnos deben afrontar la digitalización de las diferentes áreas del conocimiento que han modificado y determinado la forma de vivir y de interactuar, comunicarse, acceder al trabajo aprender y generar nuevo conocimiento (Brynjolfsson y McAfee, 2014; Gisbert y Lázaro, 2015). Por otro, el docente debe estar capacitado para guiar al alumnado en su proceso de aprendizaje en el uso correcto y la integración didáctica de los nuevos contenidos, para capacitar al alumno en su recorrido futuro dentro de la llamada “sociedad del conocimiento”. (Rangel, 2015).

La competencia digital del docente se muestra entonces como indispensable, y supera en extensión y profundidad la mera alfabetización digital ya que engloba otros aspectos como el tecnológico, el informacional, el audiovisual y el comunicativo (Ferrari et al., 2012).

El análisis de la adquisición de esta competencia y su implicaciones teóricas y prácticas deben pasar primero por una definición del propio término de competencia, que ha sido objeto de amplio debate en la literatura científica. En general, y recogiendo el resumen que realiza Rangel en el artículo ya citado, una competencia está relacionada con las habilidades para utilizar instrumentos mediadores o con el saber hacer en un contexto determinado para conseguir un objetivo. También se puede entender como un repertorio de comportamientos o recursos cognitivos que resultan eficaces o una serie de habilidades específicas o modos de actuar para resolver un para resolver un problema (Guzmán y Marín, 2011).

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En el caso de la competencia digital en educación, existen varias definiciones de los elementos que la conforman. Podríamos resumirlos en la capacidad de aplicar la tecnología para mejorar los procesos de aprendizaje. Sobre esta base se podría hacer una primera diferencia entre las habilidades centradas en la propia tecnología y las que se refieren a su aplicación desde un punto de vista pedagógico (Hernández, 2008). Otros autores han añadido otras competencias que deben estar presentes dentro de la digital, como la actualización profesional, las repercusiones de las TIC en su campo de conocimiento y las actitudinales que comportarían la presencia mantenida de una actitud crítica y abierta ante la sociedad actual y la tecnología (Marquès, 2008). En su informe de 2008, la UNESCO añadió también lacompetencia comunicativa, esto es, la capacidad de los docentes para mantener contacto con los alumnos, expertos o colegas para compartir ideas, conocimientos y experiencias que enriquezcan el proceso educativo (UNESCO, 2008; Rangel, 2015).