Los profesores evaluamos a nuestros alumnos, calificamos su trabajo con una nota, y tratamos de cuantificar su conocimiento. Olvidamos a menudo que en el proceso de enseñanza-aprendizaje los dos componentes son esenciales, y tendemos a atribuir el fracaso del alumno a dificultades, carencias, limitaciones, desmotivación,… cualquier aspecto relacionado con el aprendizaje.

¿Y si resulta que hemos sentenciado que el alumno «necesita mejorar», y resulta qué es el profesor quien debe hacerlo? O como poco, ambos. Es obvio (o debería serlo) que nuestro foco debe estar en el alumno, que lo realmente importante es el aprendizaje y debemos darle el protagonismo que merece, pero no podemos olvidarnos de que nuestra tarea consiste en procurar que ese aprendizaje suceda.

Me sigue sorprendiendo la arraigada convicción de que un buen profesor tiene que ser duro, que el alumno tiene que sudar sangre, y todavía quedan quienes asocian el prestigio con el porcentaje de aprobados/suspensos. Si un profesor consigue que casi todos sus alumnos aprueben es un «blando», mientras que un alto porcentaje de suspensos indica una exigencia a menudo entendida como cualidad positiva.

Esto sucede sólo en la escuela. Me cuesta imaginar a un cirujano muy exigente alardeando de cuánta gente no consigue sobrevivir en su mesa de operaciones. – ¡No es comparable! – suelen decirme cuando pongo este ejemplo. Y es cierto, aunque puede resultar ilustrador no es comparable, puesto que los pacientes son sujetos pasivos, a diferencia de los alumnos, que son parte activa y responsable en el proceso. Así que voy a llevar el ejemplo a otros ámbitos donde sucede un aprendizaje.

  • Nos costaría encontrar a un instructor de vuelo orgulloso de que con él no apren Flight_Instructor1 de a pilotar cualquiera, y presumiendo de cuántos alumnos se estrellaron (literalmente) el año anterior. Al contrario, un buen instructor (en este caso diría que hasta los malos) se asegurará de capacitar al alumno, de garantizar que él sabrá realizar las tareas aprendidas.
  • En un cursillo de natación, todos los alumnos aprenden a nadar, más o menos rápido, pero aprenden, porque ese es el objetivo y no se abandona hasta que se ha conseguido para pasar a la siguiente etapa. ¡Y sin deberes para casa!
  • También podemos pensar en la formación que sucede en el puesto de trabajo. Un buen formador conseguirá que el nuevo aprendiz sea capaz cuanto antes de realizar las tareas asignadas. Ninguna industria permitiría que se fabricasen productos defectuosos porque no ha habido un aprendizaje adecuado en sus empleados

En numerosas situaciones de nuestra vida cotidiana participamos en procesos de enseñanza-aprendizaje en los que logramos resultados exitosos, y no nos planteamos otro escenario posible. Cuando enseñamos a nuestros hijos a montar en bicicleta, o a nuestros padres a manejar una aplicación en el móvil, cuando un amigo nos enseña un nuevo juego, o una canción para saltar a la comba,… el aprendizaje es indiscutible, aunque nos lleve más o menos tiempo buscamos la forma de conseguirlo, pero no contemplamos el no-aprendizaje como una opción.

Sin embargo, en la escuela seguimos presenciando y aceptando situaciones de no-aprendizaje, que normalizamos y permitimos incomprensiblemente. En este momento tan apasionante de cambio y transformación educativa, no podemos dejarnos deslumbrar por la tecnología y metodologías innovadoras. Debemos incorporarlas con el objetivo de mejorar el aprendizaje, pero sobre todo, para erradicar de nuestras aulas el no-aprendizaje.