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La tecnología y las corrientes metodológicas han evolucionado mucho en la última década. Y sin embargo la realidad en el aula no ha cambiado tanto. Un gran número de centros de enseñanza han abierto sus puertas a la tecnología y adquirido pizarras digitales, tabletas y ordenadores para sus alumnos. Pero lo cierto es que aquellos que a su vez no incorporen las nuevas metodologías emergentes están condenados. En pleno siglo XXI, las herramientas tecnológicas juegan un papel relevante en el aula, pero la tecnología no es un fín en sí mismo; se hace necesaria la personalización del modelo a las necesidades educativas.

Los docentes deben estar formados tanto en el uso técnico de los dispositivos como en el didáctico, lo que supone la capacidad de usarlos de manera segura, creativa y crítica, de manera que estos recursos tecnológicos puedan ser entrelazados con metodologías innovadoras como las basadas en el modelo Flipped y la teoría de las inteligencias múltiples, centrando la atención en la enseñanza individualizada y en el aprendizaje grupal.