Este artículo va dedicado a aquellos y aquellas que practican ese maravilloso deporte de criticar sin saber.
Empezamos. Son 160 días de clase en el curso y si cada día de clase, sin contar los fines de semana, ponemos cuatro horas de estudio de media, resulta que un alumno tipo (si es que los hay) de 2º de bachillerato estudia durante el curso una media de 640 horas. Si, ya sé que puede que estudie menos al día, pero también que muchos fines de semana son de aupa y no se contabilizan en este cálculo aproximado y que, además, muchos dan clases particulares. Si, además, le añadimos las semanas de exámenes, las horas se disparan hasta, al menos, 700 horas.
No está mal, ¿verdad? Son muchísimas horas.
Ahora, hagamos otro cálculo. Supongamos que haya alumnos que desarrollen la estrategia metodológica de la clase al revés en Historia de España de 2º de bachillerato. Sí, suena raro verdad, pero me han contado que hay algunos. Pues bien, estos alumnos en su casa sólo tienen que ver un vídeo de 5 minutos de media de duración y contestan un cuestionario de 10 preguntas. Como mucho una hora, por diez temas, diez horas. Y el resto, en clase. Cuentas muy fáciles. Y lo pueden hacer en ordenador, en sus móviles, en sus tabletas. En su casa, con los amigos en una plaza y lo pueden ver cada vez que quieran para asentar ideas. Y si así y todo no pueden, le pueden dedicar un rato en clase.
Si suponemos que desarrollan esa estrategia “infernal” que los agobia a deberes, que los hace esclavos de las pantallas y aumenta la brecha entre alumnos, en las ocho asignaturas que tienen, serían 80 horas al año, ¿no? Podemos añadir, por no quedarnos cortos, que hagan fuera de clase algún trabajo, investigación o culminen alguna producción porque no les ha dado tiempo. Le podemos sumar, exagerando, otras 80 horas. Son 160. Pero seamos generosos, pongamos 200. Creo que hay una pequeña diferencia con las 700. Pero, vayamos más allá, a esto habría que añadirle las horas de estudio necesarias para los exámenes que, calculando por encima, serían 5 horas por examen a 16 exámenes por evaluación, en total, 240 horas. Pero, sigamos siendo generosos, pongamos 300 horas. A l final, salen unas cuentas, muy generosas, de 500 horas. La diferencia en horas sigue siendo importante. Aunque, pensándolo bien, necesitarían menos horas, porque «machacan» más la asignatura en clase y se la aprenden mejor, con lo cual necesitarían menos tiempo para prepararse exámenes. Ah, y en algunas materias, ni harían falta.
De modo que después de todo esto, al primero que me diga que el flipped classroom sería imposible si lo desarrollasen todas las materias de un curso, sólo le diré que lea esta entrada, que haga cuentas y que lo pruebe en clase porque a lo mejor habla sin saber. O sabiendo. Sabiendo que como se extienda y lo hagan muchos, él queda en evidencia por no querer cambiar y por intentar desprestigiar una estrategia que empodera al alumno y cambia su rol, que es, a lo mejor, o a lo peor, lo que no quiere.
Y queda lo más importante: el aprendizaje. No sólo se necesitan menos horas de trabajo en casa, porque se hace en clase, sino que se aprende de manera más activa y más auténtica, haciendo al alumno protagonista de su aprendizaje, más autónomo y más crítico. A lo mejor, es esto lo que tampoco interesa.
En definitiva, es falso que se necesite más tiempo en casa y es falso que aumenten brechas. Lo que sí es cierto, y lo digo por experiencia propia, es que es un tipo de estrategia muy flexible y ubicua que facilita la personalización del aprendizaje y la atención a la diversidad al poder centrarnos, el docente y/o los compañeros, en aquellos que tienen más problemas de comprensión.
Así que ya lo saben, critiquen sólo cuando prueben. Y no de oídas y de manera interesada. Intentando evitar lo inevitable para no quedar en evidencia.
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