Reconozco que, hasta hace unos cinco años, tenía una mentalidad muy rígida a la hora de plantear el estudio a mis alumnos: «¡Estudia porque es tu obligación!», les decía. Y, aunque sigue quedando un poso residual de esta idea, el planteamiento que les hago ahora ha virado, en gran medida, hacia la motivación. Sin caer en el estímulo exacerbado –que quizá lograría motivarles, pero sin que ellos fueran conscientes de lo que hacen en primera persona, sino debido al clímax de la arenga–, a lo largo de estos últimos años, he buscado la motivación moderada y cercana a la realidad; he tratado de transmitirles que pueden alcanzar todos sus objetivos si, de verdad, se creen e interiorizan que son los verdaderos protagonistas de su aprendizaje y se hacen responsables del mismo cogiendo con decisión las riendas que lo conducen. Todo esto, por supuesto, aderezado con buenas dosis de voluntad y esfuerzo personal.

El mejor estímulo

Respuesta enviada a un grupo de mis alumnos por el responsable de Reptiles Fósiles del American Museum of Natural History

Esta es, para mí, la clave del éxito: no hay mejor estímulo que estar convencido de lo que haces. Y eso, en educación, ha sido una idea inexistente o tan tenue que apenas ha calado en el alumnado. Es el momento de provocar el cambio. Si están motivados e ilusionados con lo que hacen, si son conscientes de que eso que aprenden es para ellos, para su formación y para esculpir su futuro, pueden llegar a alcanzar hitos que serían impensables de otro modo.

Así, llega un punto en que una simple frase puede desencadenar situaciones fascinantes, como la que se ha dado en mi flipped-clase de Biología: en uno de los trabajos colaborativos que les propongo, lanzo, con cierto aire desinteresado, el siguiente comentario: «Sería un puntazo que alguno de los grupos contactara con el responsable de un museo importante y le planteara alguna de las dudas que os surgen ahora en el grupo. ¿Os imagináis que os responden?»

Reconozco que tenía pocas esperanzas de que algún grupo recogiera el guante y se pusiera manos a la obra. Pero sucedió. Dos de ellos se animaron a realizar la consulta y tuvieron respuesta: una del Natural History Museum (London) y otra del American Museum of Natural History (New York). Obviamente, les felicité y le dimos la importancia que se merecía en clase. Resultó una agradable sorpresa. Una sorpresa como muchas de las que otros profesores se llevan con sus alumnos después de preparar a conciencia una actividad en la que dejan que sean sus estudiantes los que trabajen y se entusiasmen por encontrar el mejor resultado.

Estas situaciones me hacen estar, cada día que pasa, más convencido de que ilusionar y motivar pueden desencadenar actitudes proactivas de los alumnos y provocar grandes beneficios en sus procesos de aprendizaje.