Tras la lectura del artículo publicado en Bluyonder bajo el metafórico título de «Cómo la tecnología creará profesores más humanos«, se redefine tanto social como culturalmente el impacto que las herramientas digitales han provocado no solo en el modo en el que los alumnos aprender o acceden a la información, sino que también en el modo en el que los docentes accedemos a dicha información, cómo la seleccionamos y de qué manera la difundimos. Se retoma la eterna cuestión sobre si la tecnología reemplazará a los docentes y coincido con el autor en que no. Sin embargo, el rol docente que hemos heredado ya no tiene cabida en las aulas y, por ende, en las escuelas. Hablamos de educadores profesionales: ya no enseñamos, sino que creamos espacios, dinámicas, entornos en los que desarrollar distintos aprendizajes y aportamos una variedad de herramientas (entre ellas TIC) para ello.
Es en este punto cuando añadiría una capacidad o habilidad esencial en todo educador del siglo XXI: la destreza de gestionar no solo el acceso a la información por parte de los alumnos, sino también orientarles a seleccionarla competente y adecuadamente. Podemos suponer pues que el analfabeto del siglo XXI será aquel que no sepa gestionar la información, no saber filtrarla y usarla para un fin concreto. Es ahí cuando la tecnología adquiere un papel importante, al poner a disposición del docente la posibilidad de hacer un trabajo más efectivo y, al mismo tiempo, eficaz.
Reflexionaba en la Jornada sobre Flipped Classroom celebrada en Murcia el pasado 2 de diciembre sobre el desfase de la adaptación de la tecnología en Educación, frente al hecho de que en el resto de sectores profesionales de la sociedad ha ido adquiriendo un papel decisivo cualitativamente hablando y que repercute en última instancia, en el usuario. La clave está en el conjunto de agentes que centralizan el proceso de «enseñanza-aprendizaje» desde un único foco por lo que la adquisición de aprendizajes y desarrollo de habilidades se irán separando cada vez de más. Negar el potencial de la tecnología para mejorar nuestra labor se debe a una errónea concepción de la tecnología en sí misma, partiendo de argumentos tan poco sólidos como la distracción o el mal uso de los dispositivos móviles, entre otros. La ignorancia de la tecnología educativa.
Sin embargo, la importancia de la gestión de las emociones o los condicionantes psicológicos presentes en el proceso educativo sitúan al profesor en el centro del proceso en sí. Será la interrelación entre profesor y alumnado, entre compañeros, centro y familias un elemento decisivo para desarrollar proyectos, tareas, objetivos… que nos marquemos en nuestro quehacer diario, al igual que la visión, experiencia, empatía e incluso intuición que vamos adquiriendo en nuestra carrera profesional.
Tengo claro que no puedo competir con Google, ni con la cantidad de big data que los servidores en la red pueden albergar o poder gestionar multitareas de un modo eficaz y seguro con las apps que tenemos a nuestra disposición.
Aunque a veces, una mirada cómplice puede despertar un interés enorme en el alumno más insospechado.
Muy buena reflexión Domingo, no he leído el artículo al que haces mención pero coincido en que en muchas ocasiones te planteas la excesiva dependencia, cada vez más patente en todos los ámbitos sociales, de los dispositivos ligados a internet y por ende a la «incomunicación» que, en ocasiones, conlleva. Lógicamente un mal uso de dichas herramientas, como otras muchas, nos pueden llevar a dicha conclusión. Por tanto, en nuestro «poder» (del docente) está la habilidad y el recurso de su buen uso y el saber transmitirlo a nuestro alumnado.
Un saludo desde Orihuela.