Innovar o promover la innovación tecnológica es una tarea obligatoria en las escuelas, más aún en el contexto actual de los estudiantes donde la tecnología se actualiza en períodos cada vez más cortos y las personas viven hiperconectadas.

La pregunta es: ¿quién tiene la responsabilidad de innovar o promover la innovación tecnológica en la escuela?. La respuesta puede ser muy compleja pues no existen en las escuelas, que aún no han dado el salto cualitativo, áreas o departamentos destinados a tales fines. Si revisamos los organigramas de algunas escuelas podríamos suponer que el Jefe de Estudios, Coordinador Académico, Coordinador Pedagógico, o alguna otra persona responsable de velar por la calidad de la enseñanza que ofrece la escuela es quien debería asumir tal responsabilidad. Pero aquí surgen otras preguntas naturalmente: ¿Está preparada esa persona para asumir dicha responsabilidad? ¿Una persona que no está en las aulas, o nunca estuvo, será idónea para esa tarea? ¿Qué es lo mejor para los estudiantes?

Es importante tener en cuenta que las iniciativas de innovación e incorporación tecnológica en las escuelas parten casi siempre de los maestros. El problema es que dichas iniciativas suelen ser aisladas sin un propósito de aprendizaje o desarrollo de competencias digitales planificado, alineado con los objetivos de la escuela; sin coordinación entre maestros respecto de cómo diferentes materias pueden aprovechar las nuevas habilidades de los estudiantes. A este hecho se suma el discurso simplista de la escuela, apoyado en el falso mito de los “nativos digitales”, acerca de que los estudiantes son capaces de aprender más rápido los “asuntos tecnológicos”.

Pero, ¿cómo solucionar este embrollo?. El primer paso es que en la escuela se deben establecer las competencias digitales que deben lograr sus estudiantes y maestros (si se es más ambicioso podrían incluirse a todos los stakeholders); solo así se podrá saber a dónde se quiere llegar. El segundo paso es diagnosticar el nivel de desarrollo de las competencias deseadas en los estudiantes y maestros; así será posible planificar desde el punto real de partida. El tercer paso es otorgar formación orientada a las necesidades propias de los estudiantes y maestros; con el fin de lograr el nivel deseado de desarrollo de las competencias planificadas. El cuarto paso es brindar acompañamiento a los estudiantes y maestros en su proceso de aprendizaje; apoyo personalizado, a través del cual cada estudiante y docente sepa con certeza en qué nivel se encuentra y qué debe hacer para mejorar. El quinto paso es establecer reuniones periódicas entre los docentes de las distintas materias y un asesor tecnopedagógico que pueda dar sugerencias sobre cómo podrían incorporar tecnología en sus clases poco a poco, conociendo la realidad de los docentes y de los estudiantes. El sexto paso es brindar formación docente en metodologías activas (flipped learning, blended learning, aprendizaje basado en proyectos, aprendizaje basado en problemas, entre otras) que les permita tener una visión más amplia respecto a las posibilidades de la tecnología como herramienta de apoyo frente a las nuevas formas de aprendizaje. El séptimo paso es realizar labores de investigación sobre el impacto del uso de la tecnología en favor del aprendizaje de los estudiantes; estudios de investigación científica que den insumos reales y contextualizados a los procesos de planificación educativa. El octavo, y último, paso es revisar todo el proceso para corregir errores y perfeccionarlo. Es importante recordar, además, que todo proceso de cambio puede provocar un desgaste en las relaciones humanas, pues no todas las personas consideran que la innovación, en cualquiera de sus formas, es necesaria; o tienen la misma apertura para salir de su “zona de confort”. Todos estos pasos no implican una secuencia, porque algunos podrían superponerse o cambiar de orden, según la realidad de cada institución educativa.

Ahora, para que todo este proceso tenga éxito es necesario delegar. Éste es quizás el requisito más complicado para las autoridades de la escuela. Si no se cuenta con un área o departamento responsable de la integración e innovación tecnopedagógica, formado por docentes de la escuela especialistas en el tema, que además conozcan las particularidades de la institución y su contexto; el camino es cuesta arriba. Lamentablemente, en muchas escuelas, se opta por lo común: mirar hacia afuera. Se preguntan, ¿A qué “especialista del momento” podemos recurrir?; desaprovechando el potencial de los miembros actuales de su comunidad educativa. Pensando que no son capaces de lograr cambios, apoyados en el discurso: “Si siempre han estado aquí y nunca han cambiado nada, ¿por qué deberíamos contar con ellos para esto?”. La pregunta pertinente sería: ¿Es que la escuela ha generado los espacios para promover la innovación?. Aquí está la tarea principal, confiar en los maestros “de casa” para iniciar el proyecto y recurrir a asesorías externas cuando éstas sean necesarias. Nadie conoce mejor la realidad de la escuela que los maestros, nadie sabe más cómo innovar en su materia que el experto en la misma: el maestro.

Si en realidad se desea innovar e incorporar tecnología en la escuela, es necesario primero mirar hacia adentro, delegar, confiar, construir en equipo una propuesta contextualizada. Si no hay personas idóneas para liderar un proceso de tal magnitud, es pertinente mirar hacia afuera; pero no sin antes mirar hacia adentro. Puede sorprender lo que un equipo de maestros motivados, con el apoyo expreso de sus autoridades, es capaz de lograr. Eso sí, la creación de un área o departamento no solo es necesaria, es vital para que este proyecto tenga frutos tangibles, producto de una planificación profesional, responsable y realista. Es así como la frase bíblica “nadie es profeta en su tierra” quedará solo en el libro sagrado, y podremos erradicarla del pensamiento de los maestros y de las prácticas de la escuela.