Hay tanto entre lo que elegir que al final hago lo de siempre.
Esta frase me ha venido a la memoria al pensar en cómo implementar el nuevo curso que ahora comienza. Me la comentó un compañero en junio cuando charlábamos sobre cómo avanzaba la tecnología y cómo estaba afectando a la educación. Y durante el verano, en diferentes encuentros y charlas con más compañeras y compañeros, ha vuelto a surgir la idea que subyace en esa frase.
Creo que todos reconocemos la importancia de la tecnología para facilitar y mejorar el aprendizaje, para acercar la Escuela al mundo que le rodea y el aprendizaje formal al informal. Creo también que estamos de acuerdo en que vivimos en una sociedad digital, conectada y enredada. Una sociedad red. También coincidiremos en que vivimos en un mundo cambiante, en la modernidad líquida, donde nada es seguro y hay que aprender para la incertidumbre y no para las certezas. La tecnología, entonces, es fundamental y básica para desenvolvernos en el mundo y relacionarnos con los demás.
Pero resulta, que si todo cambia rápidamente, lo qué más lo hace es la tecnología. Hay infinidad de herramientas y aplicaciones que se pueden implementar desde cualquier dipositivo para hacer la misma cosa. Hay infinidad de posibilidades y como decía mi compañero, hay tanto donde elegir, que al final puede que no se elija nada y que se siga haciendo lo mismo. Por eso, más, puede ser menos.
Si. además, tenemos en cuenta que la competencia digital de un buen porcentaje del profesorado no es muy elevada y que cualquier cambio en las dinámicas de trabajo docente cuesta mucho esfuerzo y mucho tiempo, coincidiremos en que un «apabullamiento» tecnológico provoca el efecto contrario al deseado, es decir, se intenta que los que no aplican la tecnología en el aula lo hagan y se consigue lo contrario, que la detesten más. Por ello, no termino de comprender (quizá la edad se me vaya notando en esto), aunque entiendo que es necesario para tener referencias, también por la velocidad de los cambios y por estar bien informados y a la última (si esto es posible en tecnología) esas notas sobre «tropecientas» herramientas para…». Creo que saturan y echan para atrás.
Por eso, lo que aquí planteo es que los que estamos convencidos de las bondades de la tecnología aplicada a la educación y la aplicamos constantemente, no nos dejemos llevar por los cantos de sirena tecnológicos. No podemos ser esclavos de la tecnología, sino, al contrario, servirnos de ella para conseguir nuestros objetivos docentes. Como se suele decir, lo importante es la metodología, no la tecnología.
Para innovar no podemos caer en utilizar lo último porque cuando ya hayamos pensado y diseñado cómo utilizarlo se ha quedado casi obsoleto. Para innovar debemos utilizar la tecnología, las herramientas, aplicaciones o dispositivos que nos permitan hacer al alumno protagonista de su aprendizaje, hacerlo autónomo y hacerlo competente. las que permirtan que cree, que difunda, que opine, que critique, que colabore. Esos son los objetivos, no utilizar lo último por el prurito de haberlo hecho.
Ahora que empezamos el nuevo curso, tengamos en cuenta que la tecnología deber ser una ayuda y no un estorbo para la innovación. Que la tecnología sume y no reste. Que si lo que intentamos es extender el uso educativo de la tecnología para poder desarrollar procesos de aprendizaje adaptados a las necesidades de nuestro alumnado no podemos caer en hacerlo tam complejo que no nos siga nadie. Que por forzar la innovación, no nos la carguemos o la compliquemos. Que lo que supone y puede suponer muchísimo más, no sea una rémora para alcanzar el aprendizaje del siglo XXI.
Absolutamente de acuerdo. Yo he tenido esa sensación de saturación y falta de tiempo. Por eso es importante que compartamos nuestras experiencias. La tecnología requiere de una inversión de tiempo importante. En muchas ocasiones es un proceso ilusionante, pero también crea frustración por no saber utilizar algunas aplicaciones en su contexto con la consecuente pérdida de efectividad.