El 2020 ha sido un año especialmente complicado para la educación en el mundo. Resultaría ocioso mencionar los problemas que hemos vivido, pues han sido analizados y tratados por muchos especialistas durante muchos meses. Lo que más alegra, seguramente, es haber leído a tantos maestros a lo largo del año que se «compraron el pleito»; es decir, decidieron seguir creando contenido gratuito para ayudar a otros, a quienes no sabían qué hacer para sobrellevar una circunstancia para la que no fueron formados. ¡Gracias maestros! Porque en ello radica la vocación del educador: compartiendo con otros, el efecto se multiplica y muchos más estudiantes se ven beneficiados. Ojalá más personas se vayan sumando a esta nueva forma de educar, a través de compartir con colegas (Aquí mi pequeño aporte a la causa: albertogrados.org).
En este nuevo escenario, las instituciones educativas (IIEE) que se preocuparon por desarrollar un modelo propio de enseñanza remota, que implicaba replantear los horarios, formar a sus docentes para educar en las nuevas condiciones, establecer vías de comunicación bidireccionales con las familias, gestionar entornos virtuales de aprendizaje, preocuparse por la salud mental de sus estudiantes, usar la tecnología digital de forma adecuada, educar en ciudadanía digital, asegurar la privacidad de la información de sus estudiantes y docentes, revisar el currículo y priorizar contenidos o competencias pertinentes, entre otros; superaron mejor las dificultades que aquellas que no lo hicieron.
He sido testigo privilegiado de cómo las escuelas y universidades que se aventuraron a dar un salto cualitativo, motivadas inicialmente por la pandemia, hoy no la pasan tan mal, y están consolidando nuevas formas de educar; no solo pensando en el 2021 (año en que seguiremos en pandemia), sino en sus posibilidades a futuro y los cambios que sufrirá el universo educativo. Solo por citar un ejemplo: este año tuve alumnos de Colombia y México en la universidad Católica de Perú (en un curso inicialmente diseñado para ser presencial), una situación impensable previa a la pandemia, sin un trámite de intercambio estudiantil u otra documentación engorrosa a través del Ministerio de Relaciones Exteriores. La «nueva normalidad» pospandemia, seguro se nutrirá de todas las experiencias innovadoras positivas que han permitido conectar a las personas con información de alta calidad y buenas prácticas. Ojalá sepamos tomar lo mejor de ello para incrementar el alcance de la formación docente y llevarla a todas partes del mundo, sobre todo a aquellos lugares que no tienen acceso a formación de calidad: Aprender y compartir.
Parte importante de este cambio radica en el aprendizaje activo. Las IIEE que han aplicado metodologías, enfoques, modelos y estrategias fundamentadas en la pedagogía activa -aquella que cede el protagonismo en las actividades de aprendizaje al estudiante- han logrado superar las barreras del desinterés y el aburrimiento de los estudiantes. El uso del aprendizaje basado en proyectos, el aprendizaje invertido, la gamificación, el método de casos, y hasta el design thinking (menos común en las aulas), ha permitido darle sentido al aprendizaje a distancia reduciendo el protagonismo habitual de los maestros, «acercándolos» más a sus estudiantes a través de retroalimentación formativa y de aprovechar el componente afectivo del aprendizaje para motivarlos a pesar de las dificultades.
El 2021 no será un año muy distinto en cuanto a las condiciones laborales y el entorno, pero sí lo puede ser en relación a la propuesta educativa de las instituciones, siempre que éstas decidan no dejarse llevar por la ola del conformismo y tomen las riendas para llevar adelante una propuesta educativa propia, acorde con la coyuntura y la realidad de su comunidad educativa. Está en manos de los líderes educativos asumir el reto sin suposiciones ni prejuicios. Mirar hacia adentro, replicar las mejores prácticas, dar espacios para el intercambio de experiencias, ceder el protagonismo a los que más saben sobre cómo realizar una propuesta viable y; mirar hacia afuera, a quienes lo están haciendo mejor, tender puentes de colaboración con otras instituciones, indagar sobre buenas prácticas en otras partes del mundo, recurrir a especialistas con experiencia en la materia, tomar contacto con las universidades para abordar posibles soluciones; son algunas de las acciones exigibles, en alguna medida, a las personas a cargo de tomar las decisiones, con el único fin de mejorar la propuesta para el año que viene y, por qué no, pensando en los objetivos a mediano y largo plazo.
La «nueva normalidad» pospandemia no solo nos debería permitir mirar hacia atrás para saber cómo lo hicimos y cuáles fueron los aciertos y desaciertos, es también una oportunidad para pensar en el futuro.
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