Durante estas fechas, llegando el final de curso, es frecuente escuchar a los alumnos expresiones como el matadero o la sala de torturas para referirse al aula de exámenes. Más frecuentes aún son expresiones como ¡suerte!, y las encomiendas a todos los santos disponibles.

¿Realmente son los exámenes un suplicio?  ¿Acaso son juegos de azar? Seguro que la mayoría de los profesores piensan que no, pero la realidad es que los alumnos lo viven así, tienen esa percepción. Los exámenes tienen un protagonismo mucho mayor que el proceso de aprendizaje. Se convierten en un fin, y no en un medio. Los exámenes sirven para evaluar (?), pero no para aprender.

Los exámenes sólo sirven para aprender cuando el alumno es capaz de analizar y corregir los errores cometidos, y eso no sucede casi nunca por varios motivos:

– Muchas veces no dejamos llevar a casa los exámenes. Los repartimos al final de la clase, y los alumnos suelen limitarse a comprobar si hemos sumado bien la nota. Alguno se atreve a preguntar por qué le hemos quitado medio punto en el apartado x, pero nuestra respuesta aunque les pueda tranquilizar de momento, no les sirve para aprender. Así lo confirman después los padres en las entrevistas: «no sabe en qué ha fallado…», o «sabe hacerlo, pero se equivoca (luego no sabe hacerlo)»

– Si dedicamos una hora de clase a corregir el exámen (más habitual en asignaturas como matemáticas), podemos encontrarnos con diferentes situaciones. El alumno que ha sacado un 10 no ha aprendido nada durante la realización del examen, y no tiene nada que aprender el día de la corrección, así que dos días en los que no ha aprendido nada, dos días perdidos. El alumno que ha sacado muy baja nota no aprendió bien antes del examen, no aprendió nada durante el examen, y es muy probable que no aprenda mucho durante la corrección (y si no, haz la prueba: repite el examen al día siguiente y verás). file3521266529085

– La mayoría de las veces no hay ningún motivo para que los alumnos presten atención a los fallos cometidos, ya que no van a tener la oportunidad de mejorar su nota. ¿De qué sirve entonces aprender de los errores si, desde la visión de un alumno, no hay nada que ganar con ese aprendizaje?

Con esta perspectiva, pienso que debemos cambiar radicalmente el enfoque de los exámenes y convertirlos en un verdadero medio para el aprendizaje, no en el temido momento en el que todo termina, y a partir del cual podemos olvidarnos de todo lo memorizado (que no aprendido). Quizás los exámenes tengan que desaparecer, pero sinceramente creo que no estamos preparados. Nos resistimos a los cambios, nos cuesta adaptarnos… por eso seguimos teniendo la guía telefónica cerca del teléfono, aunque no la utilicemos hace años.

En la siguiente entrada contaré mi experiencia con un examen diferente.