Está claro que la aplicación de las analíticas del aprendizaje requiere una aproximación cuantitativa que implica medir datos del alumnado y sus contextos. Para conocer a fondo el contexto educativo, y poder así personalizar el aprendizaje, es necesario manejar datos medibles, cuantificables.

De hecho, hasta ahora, siempre hemos medido el aprendizaje de nuestro alumnado con una nota numérica que supone la calificación de su proceso de aprendizaje.

Pero ¿qué sucede cuando generamos nuevos espacios de aprendizaje informales en los que solo podemos manejar datos de tipo cualitativo?

Por ejemplo:

¿Cómo se mide que los alumnos de 37 colegios se queden en el recreo viendo charlas de divulgación científica?¿Cómo se mide la interacción que se realiza a través de Twitter?

¿Cómo se mide que los alumnos lleven a casa cada semana una hoja en la que se les invita, junto con su familia, a ver una conferencia con cuestiones científicas de actualidad?¿Cómo se mide el debate que se propicia en sus casas?

¿Cómo se mide que los alumnos hagan podcast tratando temas de distinta índole?¿Cómo se mide la relación que se establece en este espacio entre alumnos de las distintas ramas del bachillerato?

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Y ¿por qué la calificación en un examen es más importante y determinante en su futuro que la participación en estos nuevos entornos de aprendizaje?

“Como no sabemos medir lo importante, le damos importancia a lo que medimos”