Recientemente, he participado con mis alumnos de 1º de Bachillerato en la International Knowledge Fair celebrada en el IES Antonio Calvín de Almagro (Ciudad Real). Allí, además de aprender en los diversos talleres y asistir a interesantes conferencias de otros docentes, tuvimos la oportunidad de compartir nuestro trabajo a través de un stand. En la parte superior del mismo, además del nombre del centro, estaba grabado en madera nuestro leitmotiv: imagina, crea, difunde.

Esta referencia a las jornadas de Almagro, y más en concreto a las tres últimas palabras del párrafo anterior, me sirve para introducir el tema de esta entrada: la necesidad de fomentar la imaginación y creatividad entre nuestro alumnado, pero con miras a que sean capaces de hacer visible su trabajo.

Por desgracia, la imaginación es tratada como un elemento marginal –cuando no peligroso- dentro de nuestro sistema educativo.

Los docentes de secundaria estamos tan encorsetados por los planes de estudios, que no logramos ver la forma de fomentar y valorar esas capacidades. Es más, la mayor parte de las veces preferimos nos prestarle atención, pues es más cómodo seguir con el guión marcado.

Los alumnos se ven entonces sometidos a un sistema en el que la verdad absoluta se encuentra en un libro de texto; en el que no aportan nada a su proceso de aprendizaje. Únicamente absorben esa información, dejando de lado un modelo más participativo y, en definitiva, creativo.

Sin embargo, lo más triste de todo es que, cuando salgan al mercado laboral, nadie les va a pedir que absorban conocimientos, que memoricen. Las previsiones sobre las necesidades futuras apuntan cada vez más a una mano de obra cualificada que, lejos de acumular títulos universitarios y masters, sea capaz de buscar soluciones creativas. Eso también se enseña, y por desgracia no lo estamos haciendo.

Detendré en ese punto mi defensa de la imaginación para pasar a abordar un punto que ha pasado aún más desapercibido: la necesidad de difundir las creaciones del alumnado.

Desde hace varios meses, los estudiantes de Historia del Mundo Contemporáneo de 1º de Bachillerato cuentan con su blog personal. Allí deben subir, al menos una vez a la semana, un contenido creado por ellos que guarde relación con la asignatura. Esto permite al docente poner una nota de cuaderno semanalmente, al tiempo que, al final del trimestre, revisa sus estadísticas con el fin de comprobar si han sido capaces de difundir su trabajo por la red.

En definitiva, no solo deben publicar, sino también dar visibilidad a lo que hacen y lograr que su trabajo se posicione bien en Google y en las redes sociales (hasta ahora han utilizado Twitter, Instagram, Facebook y Whatsapp).

Esta obsesión por difundir lo que hacen tiene, desde mi punto de vista, un doble sentido. En primer lugar, constituye un elemento más para mantener motivado al alumnado. No en vano, al observar que les leen, retuitean, siguen… sienten que lo que hacen es valorado por otras personas. En segundo término, lo que pretendo es que se acostumbren a utilizar la red y, más en concreto, que sean capaces de darse a conocer a través de ella.

Es evidente que buena parte de las profesiones del futuro pasarán por internet, y no pocas de ellas les exigirán situar bien su marca, empresa o producto entre los mejor posicionados en los motores de búsqueda.