Esta es la experiencia de J. A. Lucero, Profesor de Ciencias Sociales y Lengua y Literatura en Secundaria, que publicamos en cuatro entregas. Enhorabuena a Jose Antonio y muchas gracias por compartirlo. El título original de su experiencia es «El resultado de mi «clase invertida» tras un trimestre, o cómo revolucioné la clase de Historia dándole la vuelta» 

Todos los profesores hemos tenido alguna vez «esa clase». Esa clase que supone un reto mayor que las restantes; participativa, activa, con frecuencia revoltosa, cuyos alumnos confunden a menudo el dinamismo con ponerlo todo patas arriba. ¿Saben de qué clase hablo, a que sí? Lo curioso es que esta clase de la que os hablo suele obtener, en mi colegio, algunos de los mejores resultados académicos de toda la Secundaria, lo que lleva al profesor a una espinosa encrucijada: ¿cómo mejorar el día a día de las clases, su predisposición, su entrega y su concentración, para evitar que el rendimiento académico caiga?

¿Qué hacer cuando te encuentras con un alumno como este…

…para intentar que se convierta en un alumno motivado y predispuesto a dar clase?
La forma en que lo estoy consiguiendo (o estoy en predisposición de conseguirlo) puede parecer sencilla, incluso repetida en otras fórmulas, pero supone en sí una pequeña revolución en el aula, en el trabajo de casa y en la manera en que los alumnos afrontan la asignatura. Hablamos de Ciencias Sociales y del curso de 2º de ESO, cuyo temario comienza en el final del mundo antiguo y termina con la Edad Moderna. Es decir, todo el medievo. Un reto inmenso. Y así fue como lo asumí; adelante, adéntrense en la «clase invertida«.

Antecedentes: ¿por qué necesitaba dar la vuelta a mi clase?

El temario de Ciencias Sociales en Secundaria (y en especial el de 2º de ESO) se presta a lo que todos imaginamos cuando pensamos en una clase de Historia: una excesiva explicación teórica, una clase magistral aburrida, una cantidad ingente de apuntes o páginas del libro de texto para estudiar (generalmente el último día). Y ello hace que, salvando a aquellos alumnos a quienes les gusta la historia, siempre ha resultado muy difícil motivar al alumnado a disfrutar esta asignatura, crucial para su formación y para su desarrollo intelectual (a propósito de ello, os recomiendo leer este artículo«¿Por qué estudiamos historia?»).

Durante mi primer año como profesor (curso 2013-2014) creé una gran cantidad de contenido audiovisual con el objetivo de echar a un lado al manido libro de texto, que tanto rechazo crea entre los alumnos, y conseguí despertar su interés con diapositivas de imágenes, gráficos, vídeos, etc. Y aunque este sistema me funcionó generalmente bien con la mayoría de los grupos a los que daba clase, uno en particular se me resistía.

Sí, el curso del que os hablaba antes, ese que todos hemos tenido y que supone un reto en especial. Con este curso, las explicaciones teóricas (y la clase magistral y el abuso del libro de texto) apenas funciona. Eso lo supe desde el principio. Pero la realidad es que tampoco me funcionaba muy bien cualquier tipo de revestimiento con el que intentase engalanar esa explicación teórica (con contenido audiovisual, por ejemplo), porque el problema de la clase radicaba en que era (y es) incapaz de aguantar quieta diez minutos de escucha, y el día a día se convertía en un pulso, en una continua lucha entre el profesor y quienes mostraban rechazo a lo que se les enseñaba. Curiosamente, lo que sí funcionaba muy bien con este grupo eran las actividades prácticas: trabajos, investigaciones, juegos y actividades grupales. Pero, aun así, la asignatura tenía una gran carga teórica que había que dar sí o sí, lo que hacía que el tiempo de las actividades prácticas no fuese el deseado. Todo ello hacía que gastase una gran cantidad de energía en mantener la disciplina, obviando lo importante, la motivación y el aprendizaje.

Y ahí radica el principal problema con el que me encontré con este grupo: a pesar de que a medida que avanzaba el curso conseguí erradicar esos problemas de concentración, ello lo hacía primando la disciplina al aprendizaje, cayendo en uno de los errores típicos que los profesores solemos cometer; ¿vale más el silencio del aula que lo que el alumno aprende? 
Vista la dificultad para lidiar entre la disciplina y el aprendizaje, y la exigencia de innovación del sistema educativo, sentía que necesitaba un cambio radical con este grupo. Y ahí es cuando, de pronto, leí acerca de un modelo de clase cuyo punto de partida era precisamente el que yo necesitaba: desterrar del aula la clase teórica. Hablamos de la«clase invertida» o «flipped classroom».