Traemos hoy una experiencia de Eva Díaz Gutiérrez, Technische Universität Berlin y María del Carmen Suñén Bernal, Leuphana Universität Lüneburg. Muchas gracias a las dos por su colaboración.

Tras haber incorporado con éxito el enfoque por tareas en nuestras clases de ELE (Español Lengua Extranjera) para fines específicos, nos preguntamos si era posible ir un paso más allá en el proceso de aprendizaje y decidimos empezar a diseñar nuestros cursos a partir del modelo del aprendizaje basado en proyectos. La aplicación del aprendizaje basado en proyectos en el campo de la enseñanza de segundas lenguas tiene su origen en la didáctica del inglés como lengua extranjera y ha experimentado un notable desarrollo en los últimos años. En palabras de Van Lier (2004) con esta metodología “los alumnos se encuentran en situaciones que requieren un uso auténtico de la lengua con el fin de comunicar y llevar a cabo unas determinadas tareas que superan el marco de la propia clase”.

Conforme fuimos avanzando, observamos que existe una serie de diferencias a la hora de diseñar un proyecto para una clase de lengua extranjera. Fundamentalmente, conviene recordar que en este contexto el producto final es un objetivo y un medio. Por un lado, el producto final es el objetivo al que apuntan una serie de actividades y tareas, y por otro, es el medio para el aprendizaje de una lengua, ya que para la realización de las actividades es necesario hacer uso de la lengua que se aprende. Durante el proceso de aprendizaje se van activando todas las destrezas lingüísticas y aprendiendo la gramática y el vocabulario que se necesitan en cada momento. Por eso, nuestro trabajo con la lengua no termina después de decidir qué producto nos va a permitir exponer las conclusiones a las que se llegan partiendo de la pregunta fundamental. Es necesario proponer ejemplos de ese tipo de productos y trabajar sus características para reforzar los aspectos gramaticales, léxicos y culturales. Otras veces, es necesario ampliar los conocimientos sobre diferentes tipos de texto e intervenir, desde el diálogo y la negociación, sugiriendo una tipología concreta para que los alumnos desarrollen su competencia lingüística.

 Otro de los aspectos que no se pueden pasar por alto es el hecho de que, tal y como afirman Crookall y Oxford (1998), “aprender una segunda lengua es en el fondo aprender a ser una persona social distinta”. Llevado a la práctica, esto supone, ser capaces de observar, analizar y reproducir pautas de conducta que son características de otra comunidad, cuando nos encontramos inmersos en ella. Precisamente, el aprendizaje basado en proyectos estimula el crecimiento emocional intelectual y personal de los alumnos mediante experiencias directas con otras culturas. Asimismo, les ofrece la posibilidad de incorporar estrategias de pensamiento intercultural con el fin de que puedan construir puentes entre diferentes grupos culturales.

Por último, a la hora de evaluar, el profesorado debe prestar atención a todos los procesos, conscientes o inconscientes, mediante los cuales el alumnado logra un determinado nivel de competencias en una segunda lengua. Y junto a la valoración del proceso, las parrillas de evaluación deben tener unos descriptores y unos criterios que nos ayuden a valorar con qué alcance el alumno ha cumplido unos determinados objetivos de lengua.

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