En este artículo concluyo mi reflexión acerca de los diversos factores que dificultan la integración de las TIC en las aulas, tras comentar los motivos físicos y los humanos para el proceso sea fructífero y eficiente. En este último post, me gustaría dedicarlo al elemento, quizás, más importante que los anteriores: el factor cultural.

Desde hace un tiempo, se vienen arrojando datos sobre cuál es el porcentaje de jóvenes que usan la tecnología o cuál es la actitud de estos hacia el uso de herramientas digitales en su entorno educativo (Véase este artículo de Javier Tourón), junto con estudios que apoyan y avalan los beneficios del flipped classroom en educación (O esta ilustrativa infografía). Sin embargo, pienso que Finlandia aún sigue quedando muy lejos, tanto geográfica como culturalmente. Y me refiero a este país nórdico porque es en su idiosincracia cultural en donde reside su éxito en distintas parcelas sociales, y especialmente en educación.

España no tiene como objetivo primordial promover la inversión cultural y educativa en sus ciudadanos. En un país en donde la inversión en armamento es superior a la que se realiza en colegios o universidades dice mucho de cuáles son las intenciones, desgraciadamente, a largo plazo. Si a ello le sumamos una tradición educativa que premia la habilidad memorística y el éxito de los alumnos se basa en la repetición de unas pruebas de selección anacrónicas en cuanto a las habilidades que «examina», entonces es cuando más urge la necesidad de darle la vuelta también a nuestros pilares culturales.

Y es esa cultura la que se encuentra asentada en la mayoría de centros de nuestro país, que también afecta e influye a la actitud que tengan los equipos directivos en pro de la innovación en modelos educativos que pasa inevitablemente por integrar la cultura digital en las aulas y hacer de la escuela un lugar real en donde se eduquen a los alumnos en habilidades reales que tendrán que dominar para desenvolverse como ciudadanos en el siglo XXI.

Y es que uno de los obstáculos culturales que debemos superar viene dado por la excesiva importancia (que en algunos casos se convierte incluso en capital) que se le otorga al curriculum. Un documento cerrado, alejado y lineal que se convierte en la hoja de ruta del curso y que es vital acabarlo para «conseguir dar todos los contenidos». Dejamos de lado el fin más definitorio de todo proceso educativo: el aprendizaje y que, mayormente, tiende a desembocar en la preparación de pruebas escritas que alejan a los profesores más inseguros de apostar por un cambio que es ya imparable; o bien hacer volver a las clases expositivas a aquellos que decidieron a usar las TIC para que facilitasen su labor, presentes en metodologías activas que dieran el salto hacia las habilidades de orden superior. 

Podemos concluir diciendo que la inclusión de las nuevas tecnologías en el aula (me inclino más por denominarlas «recursos digitales») tiene mucho que ver con las barreras que hemos desgranado en estos cuatro artículos y que vienen a definir tanto las actitudes, aptitudes y convicciones que todo docente tenga hacia la educación y estar convencidos de que abandonar la zona del miedo que define Manuel Jesús Fernández Naranjo es más necesaria hoy que nunca.

 

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